El olimpo de las mantas

Lo primero en lo que uno fija la vista al entrar en el taller de Laurentino de Cabo, además del inmenso colorido de lanas y mantas teñidas y tejidas a mano, es una pequeña historia que el tejedor tiene transcrita en su tienda, lo más destacable, el último párrafo que reza así: «Se ha de considerar la calidad de la obra, no el tiempo que se ha tardado en hacer». Quizá esta sea la moraleja que mejor ejemplifica a uno de los último tejedores de la localidad maragata.
El 1751 había en el Val de San Lorenzo 51 tejedores, en 1920, tras la revolución industrial, en esta pequeña localidad maragata el número ascendió a 112. Hoy, en 2011, quedan tres. «Somos los últimos dinosaurios», bromea del Cabo, «cuando ya no estemos nosotros se perderá este oficio que durante años alimentó a tantos en este pequeño pueblo».
El taller de Laurentino está repleto de enormes estanterías y gigantes telares. El tejedor del Val mantiene aún el sistema jacuar para hacer dibujos en tela, una técnica que data de 1786. Del techo de su telar cuelgan estos modelos que Laurentino sigue utilizando en algunas ocasiones. «Son los ordenadores del pasado», comenta con gracia el tejedor.
Seis años tenía Laurentino cuando comenzó a aprender el oficio. «Fui madurando en el arte y con catorce años me senté por primera vez delante de un telar».
Un lugar, este taller, que sin duda recrea a la perfección lo que fue el pasado de la Maragatería y que Laurentino denuncia «que se está perdiendo este inmenso patrimonio cultural por la negativa de la administración a volcarse con la artesanía. Otros no tienen tradiciones y pretenden acabar con las nuestras», confiesa.
«¿Vosotros sabíais que la lana es la única fibra hueca?. Aísla tanto del frío como del calor, por eso la lana nunca sobra», comenta Laurentino, mientras comienza a explicar todo el proceso del tejido: «en la Edad Media había un maestro para cada parte del proceso, ahora uno es maestro de todo», añade. Dice Laurentino que el proceso que él sigue es «imitar a la natauraleza que es muy sabia».
La lana una vez lavada y desengrasada se pasa por un sinfín de máquinas, algunas asombrosamente antiguas, que siguen funcionando a la perfección «como lo de antes no hay nada», añade Laurentino, quien nos guía por su taller que es más grande de lo que parece. «Este oficio hay que mamarlo, amarlo, ponerle entusiasmo y valer para ello». Lo más simple de este trabajoso proceso es tejer, afirma el artesano, toda la preparación del hilo es lo más trabajoso. La lana si tiene color se tiñe manualmente y una vez preparada pasará por las máquinas que la cardan o la reducen a hebras. Laurentino guardan en su telar un antiguo torno donde se carda a mano, sin duda un espéctaculo digno de ver, aunque algo más complicado de intentar. Por tanto, el primer paso, el clasificado y cardado de la lana en sucio, sigue el lavado y el tintado. Un tercer paso crucial es el cardado, hilado, así como el tejido y abatanado de las mantas. Aún queda un proceso intermedio: el de crear la base de hilos que irá en el telar. De ello se encarga el urdidor, una máquina de la que surge la faja de hilos de una medida determinada. El buérgano pliega en bloque la cantidad que se va a tejer, cantidad que después se inserta en varias canillas para meterlas en la lanzadera. «Tengo el primer dato de un tejedor de mi familia en 1752», comentá orgulloso Laurentino. Para tejer una manta emplea entre 28 y 32 horas de trabajo efectivo. En todo este proceso hay dos palabras básicas «trama –la que teje- y urdimbre –la base-» A partir de aquí dedicación y paciencia. La última fase consiste en abatanar la pieza en el batán y la percha que quita el pelo a la pieza. Laurentino, además de mantas «que por cierto no pican», comenta, hace calcetines, ponchos, sayales para bailes regionales y «todo lo que os podáis imaginar, eso sí todo a mano», bromea

Diario de León. Domingo 29 de agosto de 2011

Visita la página web del Artesano: http://www.tejelana.com/

Laurentino de Cabo, el tejedor ilustrado del Val

Val de San Lorenzo es el Olimpo leonés del arte textil, pero hoy en día son pocos los que viven de él: esta familia lo consigue

En 1752 había 51 tejedores en el Val de San Lorenzo, pequeña localidad situada en plena comarca de Maragatos. Tras una Revolución Industrial que llegó tardía e incompleta, en 1920 habían ascendido a 112. En 1968 eran 82 los que se dedicaban a este oficio. En 1991 ya sólo eran 31. Hoy, en el 2004, son cinco. El mérito de estos artesanos es doble: en primer lugar, conseguir sobrevivir, vivir de este arte milenario en una economía globalizada que cada vez se lo pone más difícil. En segundo, seguir fieles a las técnicas tradicionales, al espíritu de siempre. Y uno de estos artesanos es Laurentino de Cabo Cordero, descendiente de una antigua saga de tejedores maragatos. De Cabo nos cuenta cómo es el proceso que va desde que los sacos de lana llegan a su casa hasta el momento en el que una gruesa y cálida manta de pura lana abriga al comprador por la noche: en primer lugar, Tino advierte que siempre emplea lana «del país», o sea, de la comarca o de todo León: oveja churra, merina leonesa o entrefina . Churras del páramo y de las riberas, merinas de la Montaña (excelentes las del pueblo de Maraña), y cada lana, adecuada para una pieza concreta; la dura y resistente lana de oveja churra es buena para alfombras, pero no para mantas, ya que «pica»; sin embargo, la merina, casi como seda, es idónea para la elaboración de mantas. La lana llega «sucia» y se lava en un amplia cubeta especial, dejándola secar a continuación. Dice Laurentino de Cabo que lo que él con las piezas que elabora es, simplemente, «imitar la naturaleza»: «Si te fijas en una oveja, por ejemplo, una entrefina -comenta-, verás que tiene una capa interior, mullida y suave contra el frío, y una exterior de lana dura y basta que la protege de la lluvia y las agresiones externas». Esas dos capas también están presentes en sus «creaciones». De Cabo, que es un tejedor ilustrado, sabe bien que la lana es el mejor de los aislantes: «Si observas un hilo de lana al microscopio verás que es un tubo hueco». «La industria textil -continúa- lleva años buscando un material sintético que sustituya a la lana, sin conseguirlo». «La lana nunca sobra pese a los cambios de temperatura, es ignífuga, abriga incluso mojada y preserva a la vez del frío y de la humedad». Además, asegura que la lana de merino leonés «es la segunda mejor lana del mundo». Pero continuemos con el proceso: el lavado sirve para «desengrasar» la lana, aunque Tino permite que permanezca una parte de ese recubrimiento natural que sirve de protección. Por otro lado, la lana s emidesengrasada , comenta, «es típica del Val de San Lorenzo, ya que le da duración y vida». Una vez lavada, la lana pasará por una sucesión de máquinas, la mayoría asombrosamente antiguas, de principios de siglo. «Son las mejores que se han inventado nunca», dice, a propósito de este verdadero «museo» del arte textil. La lana -si tiene color, se tiñe previamente en una especie de caldera, donde se la pone a hervir durante una hora- pasará por diferentes máquinas cuyo objetivo es cardarla y reducirla a hilo: el diablo la hace vedijas, después pasa por los abridores , una serie de rodillos con púas duras y gruesas, progresivamente más finas y numerosas; es la carda emborradora , a la que sigue después la carda repasadora , que produce una especie de «velo» de lana que se va enrollando en una especie de gran cilindro provisto de báscula que sirve para medir el grosor del hilo que se necesita, de acuerdo con las necesidades del tejedor. De la carda continua sale un material más fino y espeso, del que surgirá el hilo propiamente dicho. Tino nos informa de que lo hace que el hilo sea consistente y se pueda trabajar con él es su trenzado: una mecha de lana se puede romper fácilmente, pero en cuanto se retuerce un poco ya es realmente difícil. La torcedora es la máquina que se encarga de esta tarea. En diez horas puede crear hasta unos 80 kilos de hilo. Aún resta un proceso intermedio: el de crear la base de hilos que irá en el telar. De ello se encarga el urdidor , una compleja máquina de la que surge una «faja» de hilos de una medida determinada según el tipo de pieza que se va a elaborar. El buérgano pliega en bloque (también se llama «plegador») la cantidad que se va de tejer, cantidad que después se inserta en varias canillas con objeto de insertarlas en las lanzaderas . «Tejer -comenta Tino- es la parte más fácil de todo el proceso». Para tejer una manta estándar emplea unas dos horas y media con unos veteranos telares (uno de ellos data de 1786 y emplea el antiquísimo sistema de tarjetas perforadas) que mantiene en perfectas condiciones de uso; ayudados modernamente, claro está, por la energía eléctrica. La última fase consiste en abatanar la pieza en el batán , antaño especie de molino a la orilla del río (como se ve en el Batán Museo del Val), y hoy ya modernizado. La percha que quita el pelo a la pieza es el último proceso. Además de mantas, Tino hace calcetines, alfombras, calcetines y tela de sayal para regionales

EMILIO GANCEDO | texto 12/12/2004

<<Mantas de pura lana leonesa>>

Calidad y artesanía son las bases sobre las que asienta el telar Laurentino del Cabo Cordero, uno de los pocos artesanos textiles que aún quedan en Val de San Lorenzo. Es la décima generación de tejedores y, quizá, la última ya que sus hijos han optado por otra profesión. Precisamente la falta de apoyo institucional hacia el mantenimiento de este oficio artesanal es lo que ha motivado que apenas queden en la zona un puñado de artesanos y que los jóvenes no apuesten por este sector.

Lana cien por cien procedente de ovejas de aquí. Esta es la materia prima con la que Laurentino trabaja para elaborar mantas, gorros, bufandas, chales, calcetines, alfombras de todos los tipos, tamaños y diseños y todo aquello que le pidan a medida.

Un oficio bonito que tiene varios siglos de historia en esta zona y que se convirtió en la principal fuente de ingresos durante décadas. Un trabajo complejo que no puede hacer cualquiera porque, aunque no lo parezca, requiere de «cálculos matemáticos perfectos» que deciden si la manta es o no de buena calidad.

Este artesano compra la lana a ganaderos leoneses. Después hay que clasificarla, lavarla, secarla, teñirla, cardarla, tejerla… Todo ello con «mimo y un toque tradicional» que es lo que hace que las mantas del Val sean únicas y las más apropiadas para guardar el calor de la cama durante la noche. De hecho, este artesano explica que aunque hace años que este tipo de mantas se vendían menos porque daban demasiado calor, ahora la tendencia es a la inversa. Con la crisis, la calefacción se programa a una temperatura inferior y hace falta más calor para la noche en la cama. Y ese calor lo proporcionan estas mantas, que son para toda la vida.

Una profesión que también tiene que hacer frente a la competencia china aunque la calidad no tiene «ni punto de comparación». Todos los productos elaborados en Tejelana son cien por cien lana de oveja. Se pueden comprar en el propio taller y también en las numerosas ferias a las que acude.

Diario de León N. González 09/12/2011

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4 respuestas a El olimpo de las mantas

  1. Pingback: “La Comunal” y el “Batán-Museo” en Val de San Lorenzo | Blog del tamboritero maragato

  2. Rosa dijo:

    Que bonito. Gracias

  3. javier dijo:

    Verdaderos maestros Textiles!!Felicitaciones!! Yo tambien veo con nostalgia como se esta perdiendo nuestro oficio, he sido desde los 17 años obrador textil en el area de la tejeduria plana, conoci desde los telares a lanzaderas hasta los de ultima invencion a pinzas, hoy tengo 52 años,ojala que las nuevas generaciones se intaresen mas en la cultura!! y principalmente a los gobiernos para que con su aporte ayuden a sostener a estas empresas.

  4. julian gutierez dijo:

    Enhorabuena por cuidar de este oficio y dejar una estela para generaciones venideras. Quien ama una profesión y se entrega a ella debiera tener mayor reconocimiento y ser figura destacada en un país que ame su cultura. Gracias.

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